Desde que voy bajando la montaña el mar me hace señales. Manejo lentamente para que el paisaje se adueñe de mí y la sensación de libertad interior se desborde. A lo lejos una ballena jorobada emite sonidos de alegría que solo yo escucho; sospecho hay fiesta en el fondo del océano. Cual Superman me transformo, el traje de baño se incrusta a mi piel, los zapatos desaparecen, una vieja camiseta de Casa de Teatro, la gorra del Licey desteñida y sin darme cuenta el agua al cuello y comienzan mis diálogos con las olas.
-¿Qué hora es? –me pregunta un pez de rayas.
-Para saber, aquí nunca nos preocupa el tiempo, pero queremos saber el que estarás con nosotros. No contesto y me sumerjo mostrándoles mi barba emocionada y mi sonrisa contagiosa.
Sé que es difícil explicar estos diálogos, por eso no los explico, me basta con contar que todos los días que paso en este paraíso, mientras me baño, converso no solo con los peces sino también con el mar.
Al amanecer espero las seis y salgo a caminar por la arena, algunas veces me cruzo con turistas, otras con algunos pescadores tirando sus redes. En el horizonte un cielo azul intenso que se besa con las nubes y una luna tímida cansada de la noche que se quiere acostar.
Las Terrenas es un pueblo singular, tan fácil escuchas hablar italiano como francés. Algunas tardes, con la excusa de tomar un café con un delicioso cruasán, paseo por sus atestadas calles de motoristas desesperados y vendedores de todo tipo de mercancías. Puedes encontrar exquisitas tiendas francesas e italianas con los últimos modelos de playa, tanto para hombre como para mujer, y joyerías donde los diseños de sus artistas mezclando plata, ámbar y oro impresionan.
Jonathan vende collares. Alto, cara simpática, amplia sonrisa, trenzas rastas y largas.
No me aguanto y pregunto.
-¿Y qué haces aquí? –Contesta con acento argentino.
-Lo mismo que usted. Disfruto, vine hace diez años y me quedé.
-¿Hijos?
-Dos, nueve y siete años
-¿Y vive de vender esta mercancía?
-Hago otras cosas. ¿Por casualidad es usted del FBI?
-Soy curioso, nada más. Mi nombre es Freddy y escribo artículos en una revista.
Un apretón de manos y sigo mi camino, entro a la galería de arte Nee motivado por unos cuadros que reflejan la cotidianidad de la vida en esta playa, converso con su autora y continuo hacia otra galería donde me encuentro a Charlie, un artista romanense que decidió también quedarse y vivir de sus pinturas. Les ofrezco Casa de Teatro a ambos pintores por si algún día quieren conquistar la capital.
Roberto, el marchante de frutas, me ha guardado unos supermangos y voy en busca de ellos, conversamos un poco y, cuando ya casi está cayendo la tarde, decido regresar para ver el atardecer y continuar mi diálogo con el universo marino. Un sol radiante va dando paso a la noche.
Camino lentamente frente una barbería de un solo sillón. En la puerta su barbero rescatando clientes.
-Pss gringo –me grita.
-Soy dominicano igual que tú –respondo con una sonrisa.
-Ven, siéntate aquí -Y me señala el sillón- que te voy a arreglar esa greña y esa barba. Si no te gusta cómo queda no me pagas.
-Amigo, ahora no, pero ya sé dónde quedas.
Y me voy rápidamente a despedir el sol y ver cómo se tiñe el cielo de los más bellos colores del atardecer.